Hombres y mujeres de diferentes países de medio oriente conviven en un recorrido en una de los sitios más emblemáticos de la capital catarí, que mantiene vivo el espíritu de los históricos pescadores de la zona y que, gracias a los frutos de mar, también mantienen a sus familias.
Por enviado especial de Télam
Desde una punta a la otra de la zona de playa en Katara, el paisaje se pinta con barcos, sogas, nudos y el aroma a curry, que se entremezcla con el pescado que comienza a asarse en las improvisadas cocinas de los lugareños, que se ubican en un costado a la explanada para ofrecer platos tradicionales.
Sobre una suerte de tablero gigante se observan los pescados cosidos a seco, que luego se venden en bolsas a los transeúntes. Apenas una muestra de lo que se puede encontrar en materia gastronómica.
Sin dudas, uno de los grandes atractivos es el paseo de los artesanos, donde se pueden encontrar desde barcos a diferentes escalas hasta llamadores y hornos pequeños, entre otros objetos. Los vendedores, que llegan de diferentes países para ofrecer sus productos: Omán, Emiratos Árabes, Qatar, Irán e Irak son alguno de los países que plantaron su bandera en el lugar. Un collar de perlas, aros y hasta una almeja con su perla son otros de los trabajos artesanales que realizan los artesanos a la vista de los turistas.
Ahmed, dentro de uno de los puestos, juega con un compañero al “keram”, una suerte de billar que se juega sobre un tablero con agujeros a los costados, donde hay que embocar unas fichas. El origen de este divertimento data de la India, pero es muy popular en los países árabes.
Sobre la costa, en la arena misma, se observa a uno de los hombres trabajando con sus manos la madera para darle forma a la réplica de un barco de pesca de unos 80 centímetros de largo. Ante la requisitoria para dialogar en inglés sobre su labor, solo indicó a su interlocutor: “Arabic, arabic”´, para luego continuar como si nada hubiese sucedido.
Antes del momento de la oración, y tras la “bajada” de los barcos a la costa, los pescadores comienzan al arreglo de las redes con las que al otro día, bien temprano, saldrán en búsqueda de los frutos de mar, como hacen a diario desde hace siglos, una tradición que contrasta con todos los adelantos técnicos y tecnológicos que se pueden apreciar en Doha y que rodean la vida diaria de las decenas de miles de habitantes de todo el planeta que se dieron cita en Qatar para disfrutar de la Copa del Mundo.
Sobre el mismo paseo se encuentra el museo Jassim Abdulrahman Al-Mannai. Cuenta la historia misma de los pescadores de antaño, que con sus elementos y artículos preparados por ellos mismos salían en búsqueda del preciado alimento.
Osman, un joven nacido en Irak, pinta el costado de lo que será una canoa para salir en búsqueda de peces y frutos de mar. Él muestra una bandera izada con orgullo, y le cuenta a Télam que sus abuelos y padres le enseñaron el trabajo manual con los barcos y que en los próximos días regresará a su patria.
Los turistas quedan maravillados con los trabajos que se observan y con los arreglos de los pescadores de sus elementos para la jornada en el mar el día siguiente; de las comidas, tanto por su variedad como por sus sabores originales, y de las artesanías, futo de la transmisión de saberes y habilidades de generación en generación.
De pronto aparece un grupo de soldados y la banda oficial de Qatar para realizar un desfile en el paseo de los pescadores, asombrando a los turistas presentes. En paralelo, en uno de los puestos, un hombre comienza con su rezo y los niños luego se ubicarán en el mismo sitio, para continuar con la oración.
Los turistas, que en gran cantidad se acercan para disfrutar el lugar aprovechando la fecha sin partidos en el Mundial, descubren un lugar por demás pintoresco, de colores y aromas únicos, que de alguna forma posee aún las raíces de un pueblo y una región del mundo cuyos productos, juegos, historia y habilidades manuales son por demás destacables. Mientras la pelota no rueda, Qatar también tiene este costado para ver y disfrutar.
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